DESCARGA: La “descarga” es una expresión espontanea, informal, un desahogo, un dejar fluir emociones o ideas.
Vayan a Popayán. Eso literalmente es lo que quiero decir en esta
descarga. Mi tendencia natural sería decir “vayan al Cauca” para no contribuir
a la odiosa preponderancia que siempre se permiten las capitales sobre los
territorios que las sostienen. La razón de esta focalización en el llamado se encuentra en una
invitación en sentido contrario hecha por un periodista de Popayán. Lejos estoy
de descalificar las razones de ese señor para expresar su desazón con la ciudad
que habita, pero tengo dos poderosas razones para no estar de acuerdo:
1. Los argumentos para invitar a no visitar la ciudad tienen más que ver con
un desacuerdo profundo con el gobierno municipal que una desvalorización de la
capacidad de atracción que posee la ciudad. La verdad es que si dejáramos de
visitar destinos turísticos por la mala gestión de los gobernantes, iríamos a
muy pocos, pues los deficientes alcaldes, gobernadores y presidentes son tantos
que hacen olas. Los territorios no son los seres grises que los gobiernan sino
la gente que lo habita.
Abstenerse de ir a Popayán
perjudica a los payaneses más que a su gobernante, quien tiene su presupuesto
asegurado, mientras los prestadores de servicios hacen malabares para llegar al
punto de equilibrio económico. Pienso especialmente en los pequeños empresarios
que tienen finanzas más frágiles y son muy vulnerables a las pérdidas que deja
una temporada alta de baja afluencia de clientes. Bastante mala prensa tienen
ya sistemáticamente el departamento del cauca y su ciudad capital, como para que sus habitantes aporten a la
confusión. Si los turistas van a Israel que está en guerra, a Crimea que tiene
tensiones, a Cartagena, Cali, Bogotá o Buenaventura que tiene peores índices de
seguridad, ¿Por qué no han de ir a la ciudad blanca?
Las gotas que derramaron la taza y
llevaron a la desafortunada invitación a ignorar a Popayán como destino parecen
ser la deficiente ejecución de obras públicas en las calles de la ciudad que
acentúan la incomodidad que ya había por su mal estado y un decreto que prohíbe
por “profano” todo lo que no sea actividad religiosa. La palabra “profano” ha
sido corregida en el texto del decreto, más no las prohibiciones absurdas y el
talante autoritario del mismo.
No voy a abundar en lo perverso
que puede ser para una ciudad que un contratista rompa calles y las deje
dañadas por los días de los días, pues el escándalo de los Nule en Bogotá nos
tiene saturados con ese tema. Pero ya que citamos ese ejemplo paradigmático del
desorden en la ejecución de recursos públicos recordemos que mientas la ciudad de
Bogotá pasa por problemas y controversias sigue siendo uno de los destinos
turísticos más importantes de Colombia.
En cuanto al decreto número 20141900002695 ha sido muy conocido por su artículo 10 y la palabra profano,
pero es un decreto que (a pesar de las buenas intenciones de orden y respeto
que pueda tener) es de un extremo al otro un documento que se comporta como si
Colombia fuera un estado confesional y
no el estado laico que es, respetuoso de la diversidad en lo concerniente a la
libertad de conciencia. Es ese trasfondo religioso y autoritario (el decreto “ordena”
poner flores en los balcones como si fuera también ordenador del gasto
familiar) el que irrita y genera reacciones, algunas de ellas controversiales
como el artículo que invita a no visitar la ciudad.
2 . Popayán, con todos los peros que tenga, es una ciudad “divina” en el más profano sentido de la palabra. Aun con
calles desechas y decretos desafortunados (que son ciertos y están ahí,
visibles) es un lugar hermoso para
visitar. Es un rinconcito sabroso del mundo que provee experiencias memorables.
Ningún desafuero de orden político o administrativo es suficiente para que nos
privemos del placer de gozarla.
Más allá del recogimiento de la
Semana Santa y de la hermosura de las paredes blancas (que enmascaran las
espaldas negras, indias, mestizas y “libres de todos los colores” que hicieron
posible su construcción) hay un mundo de sabores, de sensaciones, de paisajes, experiencias,
que invitan. Popayán es la ocasión para la fe, pero también (como corresponde a
un país con libertad de credos y un amplísimo mestizaje) es un lugar con opciones
de disfrute de la cultura popular tradicional y es un centro logístico que
facilita el acceso a ese universo rico y variado que es el departamento del
Cauca.
Quiero también
ser enfático en expresar el desacuerdo con la presentación de Popayán como una
ciudad de violencia incontrolada. Si bien no es el paraíso tampoco es el campo de
batalla que pinta el artículo referido.
Es una ciudad común y corriente, similar a tantas otras del mundo y las
prevenciones que hay que guardar en ella son semejantes a las de cualquier otra
ciudad de donde venga el turista. Colombia sufre a causa de la violencia, pero
no es la violencia y la inseguridad el signo que predomina en la vida cotidiana
de este país. Y esto lo digo sin edulcorar los problemas sociales y de orden
público que padecemos. Esos problemas
están y son ciertos, pero no son suficientes para vetar la visita a una ciudad. No he tomado el trabajo de
corroborar las estadísticas, pero me resulta poco creíble cuando se dice que Popayán
es la cuarta ciudad más insegura del país, caminando las calles en diversos
horarios tengo una impresión muy diferente. Para decirlo en un slogan del viceministerio
de turismo: En Popayán, “el riesgo es que te quieras quedar”.
Así,
aunque respeto y hasta creo comprender las motivaciones de quienes se expresan
en sentido contrario, digo con la mayor convicción del mundo: “Vayan a Popayán”.
Semana Santa puede ser la ocasión perfecta. Y desde allí, extiendan sus ojos
hacia el resto del Cauca. Hay en este territorio una porción de esa Colombia incógnita
que espera por los ojos amorosos que la miren.
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