sábado, 23 de octubre de 2010

UN POEMA

Déjame caer
en todas las tentaciones que se atraviesen.

Déjame caer.

En cualquier caso
no serán
“las caídas ondas de los Cristos del alma”
sino
caídas

simples caídas.

Déjame.
Que no me salve.

Salvarse
puede ser
la perdición.

martes, 8 de junio de 2010

BAILAR, BAILAR, SOLO MOVERSE.

Como una historia “de amor y de miedo” define Jorge Carrigán su novela “Bailar con la más fea” (Atompress. www.atompress.org ). Y sin dudas hay mucho de amor y mucho de miedo en esta novela; sin embargo, cuando luego de leerla la palabra que mejor definiría esa incomoda sensación que me provoca es “frustración”.

Desde el título mismo nos induce a pensar en una historia a cuyos protagonistas les tocó andar por el camino más difícil. En el argot popular cubano “bailar con la más fea” significa que a uno le ha correspondido la peor de las opciones y esta aseveración lleva implícito que alguien propició ese infortunio. Pero los cubanos generalmente no nos sentimos desafortunados sino “jodidos”, un término algo brusco que el uso ha vuelto cotidiano. Desde el inicio se percibe que los personajes que nos muestra Carrigán son seres que están jodidos. Seres a los que algo o alguien jodió; y en cada momento se siente, o se presiente que algún elemento exógeno, ambiguo, ha sido la fuente de los males. El tono general de la novela denota eso que en Suramérica nombran “malparidez”, un estado de ánimo negativo donde se mezclan en confusas proporciones la tristeza, la desesperanza, la rabia (tal vez, el rencor) y la impotencia. Los protagonistas de esta historia son personajes derrotados.
Este es, pues, un canto de desesperanza.

Bailar con la más fea no es la historia de una desgracia sucedida sino de una en curso. No es algo pasado, sino que está pasando, que seguirá pasando y que no hay forma de detener. Más allá de los visibles elementos propios de la literatura del absurdo que presenta (muy evidentes en la semblanza del personaje identificado como El Mequetrefe) esta es la novela de un mundo absurdo, de unas vidas absurdas que se rigen por unos valores absurdos.

El absurdo es un estilo literario que se percibe como una clara influencia en la obra de Jorge Carrigán. Léase si no la obra teatral “El hueco en la pared”, donde este elemento es determinante. Sin embargo, en Bailar con la más fea lo encontramos de manera más tenue, es como un vaho que atraviesa toda la trama, produciendo periódicamente una especie de extrañamiento, una interrogante sobre la realidad que nos cuenta.

Es también una historia donde la desconfianza y la traición son protagonistas. No se trata de una paranoia abstracta e idealizada, sino de una que se evidencia en los sucesos. La sociedad que se refleja en la narración está fuertemente controlada por un poder omnisciente y omnipotente. Esta autoridad superior e implacable tiene muchos rostros: rostros borrosos, mezquinos, grises, como la camisa del “hombre que fuma”; pero que sean difusos no significa que sean débiles, sino todo lo contrario. “Aquí uno no ama ni odia al prójimo. Aquí uno se cuida del prójimo porque nunca se sabe quién es quién”. Esa es la enfermedad más grave que puede tener un grupo humano. Esa es la sensación más devastadora que puede sentir un individuo, con ese sentimiento el hombre se reprime a si mismo, se aísla, pierde la capacidad de ser gregario.

El verdadero rostro del represor nunca se ve: los rostros que acechan y ejecutan son rostros comunes, cotidianos, prescindibles; pueden ser incluso rostros amados o por lo menos amigables que trasmutan en amenaza. Los personajes de esta novela están presos en un circulo vicioso, en un sistema que los devora y ellos no alcanzan siguiera a rebelarse contra este, a denunciarlo.

Sin que el tono de la narración sea nostálgico, los personajes que Carrigán nos muestra son seres añorantes del pasado, de algún punto pretérito en el que fueron jóvenes o bellos, donde rebosaban de ilusiones o de posibilidades. Quizás lo peor que les sucede a Benjamín y a Gilda es haber tenido un pasado donde el amor o el éxito eran posibles. Ambos tienen un punto que añorar, un ideal que desear.

Si bien esta novela no comienza aseverando “El día que lo iban a matar…” como audazmente hiciera García Márquez en “Crónica de una muerte anunciada”, desde el inicio “Bailar con la más fea” nos presagia el fracaso de los protagonistas y nos deja la tentación de leerla solo para saber cómo pasó. El narrador les habla a sus personajes en futuro, como si fueran a moverse, pero se sabe que no van para ningún lugar. Bailan, pero no están de fiesta. Quedan los ritos pero ya no hay convicción. Los personajes trágicos marchan hacia la destrucción pero no pueden detenerse porque los alienta un impulso heroico. Los protagonistas de esta novela, en cambio, están detenidos, no pueden moverse aún cuando saben que esa quietud es un anticipo de la muerte. Saben que no serán mártires, sino difuntos anónimos; y el aliento les alcanza sólo para bailar, bailar al ritmo que les impongan, moverse, hacer un simulacro de vida.




Junio 7 de 2010, Valle del Cauca, Colombia

jueves, 13 de mayo de 2010

Pequeñas perversidades.

En el primer párrafo del artículo "Histriones y presidentes" publicado en El Nuevo Herald , Carlos Alberto Montaner comienza con una frase certera: “Antanas Mockus, el candidato puntero en las próximas elecciones colombianas, es un hombre curioso”. Es sin dudas curioso este hombre que apela en sus propuestas de gobierno a conceptos como pedagogía, civismo, cultura ciudadana. Y se empeña en producir símbolos para influir en el comportamiento de los ciudadanos. Curiosa es también su imagen (“su pinta” se diría en Colombia) con esa barba sin bigote y esos modos de hablar que recuerdan su profesión de docente. En el mismo párrafo Montaner dice: “Pasó gloriosamente por la alcaldía de Bogotá un par de veces dejando un rastro de extravagante eficacia". Lo de pasó gloriosamente es una manera algo florida de decir que Mockus ha merecido un alto reconocimiento por su gestión como alcalde de la ciudad de Bogotá, en cambio cuando califica de extravagante su eficacia, está “pordebajiando” esta última, sin aportar ningún argumento para sustentarlo. Es, Alberto, una manera ingeniosa, pero no justa de cuestionar la gestión de un político.
El siguiente párrafo lo comienza con una verdadera joyita: Mockus, desde el punto de vista clínico, exhibe un claro trastorno de personalidad: es un histrión. ¿En qué concepto emitido por un psicólogo o psiquiatra se sustenta esta afirmación? Si ese concepto no existe –en caso de existir invito al señor Montaner a que nos lo comparta, ya que lo ha hecho público- el articulista está apropiándose de terminología clínica de la manera mas superficial para descalificar a un candidato que evidentemente no le gusta. Las incorrecciones y las excentricidades que enumera a continuación son ciertas, pero no alcanzan para sustentar el diagnóstico que el articulista le endilga. A partir de este punto y con los argumentos anteriormente expuestos ya trata al candidato presidencial como una persona con desequilibrios psíquicos y desde esta perspectiva cuestiona su capacidad para gobernar. Es un artículo fluido, pero profundamente sofista. Con técnicas como esas se puede demostrar que la tierra es cuadrada.
Una vez que el señor Montaner logra mediante el referido malabarismo identificar al candidato Antanas Mockus con una persona que sufre “trastornos de la personalidad”, se despacha enumerando todas las características negativas que presentan los pacientes que padecen ese mal, para luego enlazarlo con la aspiración presidencial de dicho señor y descalificarla. Y para rematar equipara al profesor Mockus con Fidel Castro y con Hugo Chávez. Tuve la tentación de decir que esto último es surrealista, en alusión a un calificativo semejante que el usó en su artículo, pero no fui capaz de hacerlo porque en realidad es mucho mas grave: es indignante.
Los colombianos todos saben quién es Mockus y a ninguno de ellos, siquiera a sus más acérrimos detractores, se les ocurre decir semejante insensatez. Todos reconocen que ha sido un mandatario eficiente, serio, que actúa en el más estricto apego a la ley. Lo anterior no significa que todos estén de acuerdo con él o no le cuestionen algunos de sus criterios o de sus actuaciones. Claro que hay discrepancias en torno a él; pero en ninguno de los cuestionamientos se han usado unos argumentos tan traídos de los pelos.
La honestidad, la eficiencia y la legalidad han devenido factores que están pesando mucho en la decisión de los votantes en la actual campaña electoral. Cuando fue electo Andrés Pastrana los votantes estaban hartos de la guerra y eligieron a alguien que parecía tener la posibilidad de logar la paz. Cuatro años después esos mismos electores estaban convencidos de que las FARC no estaban hablando seriamente de paz sino sacando ventajas bélicas y en consecuencia eligieron a quien estaba prometiendo la guerra: Álvaro Uribe Vélez. Hoy parecen estar hastiados de la abierta transgresión de la legalidad por parte del ejecutivo y buscan a alguien que no crea que el fin justifique los medios y por ello Antanas Mockus aparece liderando las encuestas.
Ante un Departamento Administrativo de Seguridad (DAS) montando operativos de desprestigio a la Corte Suprema y los opositores al mejor estilo del G2 (servicio de integencia cubano), ante el asesinato de civiles para hacerlos pasar como bajas de guerrilleros caídos en combate, ante escándalos de corrupción como los ocurridos con el programa agroingreso seguro o la denominada “yidispolítica”; un gobernante que ha estado ajeno a la corrupción, la politiquería y los malos manejos en los asuntos públicos, resulta interesante para los electores.
Cualquier periodista tiene el derecho de estar de acuerdo con esa tendencia o discrepar de ella y combatirla. Uno solo esperaría que esa discrepancia se maneje con altura y no al mejor estilo de JJ Rendón (publicista reconocido por el uso de la llamada “propaganda negra”). Para la democracia -esa que tanto pregona el señor Montaner- es muy conveniente que las diferencias de criterio se expresen. Cuando en lugar de argumentos se recurre a malabarismos retóricos para sustentar lo insustentable, se degrada el debate.
Este que comento es un artículo fluido y habilidoso, pero no veraz. Lastima.

PD: Si pudiese votar en Colombia no votaría por Antanas Mockus (al menos en la primera vuelta, pues ya en una segunda vuelta escogiendo entre Santos y Mockus no dudaría en votar verde). No escribo movido por una pasión de activista en campaña ni por un fervor mockusiano, sino por el rechazo que me produce el método desde el cual se construye la argumentación del artículo.