domingo, 2 de febrero de 2014

Descarga VII: La salsa, el patrimonio y la ranchera chiquinquireña.


DESCARGA: La “descarga” es una expresión espontanea, informal, un desahogo, un dejar fluir emociones o ideas.

German Patiño es un referente en el ámbito de la cultura en el Valle del Cauca. Su “Fogón de negros” es un documento que vamos a agradecerle siempre. Por esta razón cualquier escrito suyo tiene lectores incondicionales (entre los que me incluyo). Por eso causa regocijo su participación en el debate empieza a tomar forma ahora que ha cogido fuerza una tendencia que propende por el reconocimiento de la salsa como patrimonio cultural de Cali.
Lamentablemente su participación en el tema la hace mediante una parábola, de intención evidentemente satírica,  que nos hace recordar los ejemplos que nos regala Jorge Luis Borges en su breve ensayo “ElArte de injuriar”. Aunque esto puede añadirle picante al asunto, le resta profundidad. Vale aquí recordar la caracterización que hace Borges: “La sátira no es menos convencional que un diálogo entre novios o que un soneto distinguido con la flor natural por José María Monner Sans. Su método es la intromisión de sofismas, su única ley la simultánea invención de buenas travesuras. Me olvidaba; tiene además la obligación de ser memorable”. Es posible que alguno de los vainazos que nos regala Patiño sea memorable, pero poco aporta a una discusión seria de un  tema que en verdad amerita un debate de mayor altura. Y digo que lo amerita porque nada del patrimonio cultural debe asumirse sin una posición crítica (es decir de análisis).
Su artículo lo comienza con una verdad que pocos se atreverían a contradecir “Tenemos problemas con nuestros patrimonios culturales”, pero acto seguido trae a colación el caso de los parqueaderos de la Plaza  de Toros, donde unos codiciosos negociantes quieren lucrarse sin importar el detrimento del patrimonio. ¿Es similar esto a lo que sucede con la declaratoria de patrimonio de la salsa? No lo creo, al menos el articulista no lo demuestra, pero pone la carga así, ladinamente, por yuxtaposición.
También dice que tenemos “confusiones y vivezas”. Aquí sigue por la línea de desvirtuar al argumentador y no los argumentos, coloca a todos los que propenden por el reconocimiento de la salsa como patrimonio en la categoría de “vivos”. Creo que por las capacidades de una persona como Germán Patiño uno podría esperar más que eso.
Este asunto nos mete de lleno en la ardua tarea de definir qué elementos son representativos de nuestra identidad y cuales en cambio no son relevantes. Si la cultura es algo que siempre está transformándose, esto en un país “plurietnico y multicultural” como nos gusta pregonar, es mucho más complejo. Si América es un territorio de encuentros (o encontronazos) de culturas, Cali es un digno ejemplar de este fenómeno. De hecho, sus elites económicas y políticas provienen en gran medida, más que de hidalgos españoles llegados en la conquista, de hábiles comerciantes provenientes de los más diversos rincones del mundo. Es una ciudad comercial, con mucho de puerto a pesar de estar enclavada entre dos cordilleras de los Andes, pues Buenaventura funciona mas como muelle que como puerto. A una ciudad así llegan patrones culturales que se arraigan y pasan a ser parte de alma misma de la ciudad.
El fenómeno de la salsa en Cali, que hoy nos ocupa, se inscribe dentro de la “cultura popular”, y resulta muy difícil negar que la misma constituye un elemento de “identidad grupal” en la ciudad y lo que es mucho más grave, a partir de la fortaleza de la manifestación en  dinámica cotidiana de este territorio y en consecuencia del éxito de sus bailarines en eventos internacionales, la salsa ha devenido en un elemento constitutivo de la “imagen” de la ciudad. Que todo ese devenir desemboque en una declaratoria de patrimonio es apenas lógico. Por ahí se hace necesario llegar a otras precisiones: ¿Es la “peculiar forma de bailarla” o determinadas prácticas y costumbres relacionadas con la salsa lo que se considera patrimonio? Ese es un tema que amerita un debate del mayor rigor. Y ese debate no se ha dado.
La intervención del maestro Patiño se limita a cuestionar que se le asignen recursos a eventos relacionados con la salsa, a cuestionar el nivel académicos del encuentro teórico de dicho evento y a lamentar que el estado financie el Plan Especial de Salvaguarda para dicha manifestación. En el desarrollo de estos argumentos utiliza palabras como estafa, vagos y camajanes de barrio. Ello no aporta mayor claridad conceptual al asunto pero si dejan claro que el poco aprecio a la manifestación por parte del articulista está claramente motivado por un rechazo a quienes la portan.  El aprecio o el desprecio son un asunto personal sobre el que poco hay que decir, cada quien lo administra según su leal entender (y no sobra suponer que cada quien sus razones tendrá), pero el análisis de la valía y la pertinencia de la inversión en una manifestación de la cultura popular requiere algo más que unos  sentimientos personales.
Decía al inicio que me parece fantástica la llegada de personas como el señor Germán Patino al análisis que este asunto merece, es algo que celebro aunque me parezca desafortunada la manera en que ha asumido el abordaje del tema. No importa, por el camino se arreglan las cargas, como dicen los arrieros. Quisiera terminar esta descarga, con un toque de humor,  apropiándome de una frase citada en el ensayo ya referido de Borges, quien su vez asegura haberla tomado de De Quincey. Se trata de un señor a quien en medio de una discusión teológica le lanzan un vaso de agua a la cara. El agredido, con toda flema, respondió con una frase que me gustaría poder decirle al maestro Germán Patiño con relación a su artículo Patrimonio publicado en el diario El país eldía 1 de febrero de 2014: “Esto, señor, es una digresión; espero su argumento”.

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