DESCARGA: La “descarga” es una
expresión espontanea, informal, un desahogo, un dejar fluir emociones o ideas.
Cuando
me dicen que Gloria Castro, directora de Incolballet es una harpía tengo la
tentación de creerlo, no tanto por las
historias que he escuchado sobre sus tropeles y
gauchadas con exalumnos que devienen competencia, sino porque todas las
directoras de escuelas de ballet de las que tenga referencia tienen la misma
fama. De la prima ballerina absoluta Alicia
Alonso para abajo es un patrón que se repite. Aunque en el fondo desconozco las
causas de ese fenómeno que funciona casi como un deja vu, me atrevo a
aventurar que es consecuencia lógica del trabajo de todo formador. El maestro
crea su relevo, su competencia y sus contrarios en el plano artístico. También
su competencia en el plano económico y de disfrute del poder. Con cuanta altura, saña,
alevosía, gallardía o golpes bajos se desarrolla esa lucha determina el tipo de
historia o comidilla parroquial que escucharemos. Es decir, me parece apenas
natural que eso suceda.
Cuando
me dicen que Mariana Garcés (ahora ministra de cultura) es una harpía tengo la
tentación de creerlo, pues es tradición que las gradas por las que se asciende
a ministro de cultura de cualquier país hay unos cuantos escalones conformados
por cabezas que se pisan en el ascenso. En esa ruta son frecuentes las sobadas de saco, las lamidas de botas y genuflexiones diversas. También es tradición que en ese tipo de
puestos se nombre a funcionarios que su mayor cualidad es no funcionar. En el
Valle del Cauca en particular ha hecho carrera el nombrar en las secretarias o
cargos relacionados con la cultura a señoras de “buenas familias”, con una
adecuada instrucción, pero con una noción de la cultura bastante decorativa, es decir estrecha y
conservadora. En consecuencia tales señoras devienen en un estorbo para el
desarrollo del sector cultura. Suelen imponer políticas retardatarias, desfasadas,
caprichosas o ligadas a pequeños intereses.
Cuando
me dicen que en la Bienal de Danza de Cali y todo el manejo de lo acontecido en
torno a la misma hay una especie de vendetta
de la ministra contra la gestora cultural, tengo la tentación de creerlo.
Parece ser costumbre de las elites caleñas copar los puestos de las juntas
directivas de las instituciones que implican poder y dinero, para alinear las
mismas en la dirección de sus intereses o caprichos, incluyendo en los
beneficios a una pequeña rosca de allegados y excluyendo al resto de la
población del Valle del Cauca en nombre de la cual suelen hablar. Y una vez en
los puestos los amores y los desamores, los abolengos o la falta de ellos,
pesan más en la decisiones que los criterios o argumentos sólidamente sustentados.
En
cambio, cuando me dicen que se trata solo de una pelea entre “momios
caleños” y que gane quien gane pierde el
Valle, tengo la tentación de no estar de acuerdo. Difiero porque aun aceptando
el calificativo igualitario de “harpías”, se trata de una bronca en una harpía
que crea y una harpía que usufrutua. La señora Castro ha creado una escuela de
ballet, una compañía y ha posicionado esto a nivel nacional a base de
resultados y reconocimiento por la labor. En cambio la ministra solo ha tenido
buenas relaciones y oportunidades, lo que presenta como logros de gestión no
pasan de ser evidencias de que ha tenido presupuestos para ejecutar. Tal vez
sea un ignorante que desconozca muchos meritos suyos, pero la verdad es que no
le conozco otros.
Cuando
me dicen que toda esta polémica le hace daño al Valle del Cauca, pues son
escasos los ministerios que han tenido representantes de esta región en los
últimos años y “que vaina” que la afortunada que ha tenido acceso a esa
dignidad vaya a salir con la imagen “toteada” por conflictos internos del Valle
también tengo la tentación de creerlo. Cuando un territorio pone un funcionario
a nivel nacional lo deseable es que este salga del puesto con la imagen
fortalecida para que en un futuro sea una figura con opciones para ser nombrado
en otro puesto de ese mismo orden o mayor y traiga mayores beneficios al
territorio. Pero cuando el personaje nombrado no está a la altura del reto que
implica el nombramiento y se dedica a cumplir sueños o caprichos, a beneficiar de
manera evidente y desmedida a los miembros de su círculo, no hay manera
que salga bien la cosa. Se pierde el sentido de solidaridad y pertenencia, pues
en los actos del funcionario los habitantes del territorio no se ven
correspondidos. Algo así como que “pa la leche que da la vaca que se la tome el
ternero”.
Así
entre tantas tentaciones se me da la tentación pensar que mientras tengamos
líderes políticos como los que tenemos,
provenientes de unas elites miopes y rapaces o en su defecto sobrevivientes
voraces de los tropeles electoreros, seguiremos dando vueltas en un circulo
ciego, sin proyección hacia un futuro más amable.